Polémicas con Israel aparte, de eso ya se ha hablado mucho, es sobre edadismo y eurovisión, donde voy a ahondar en el post de hoy.
Las tres cantantes femeninas con más edad de la edición de Eurovisión de este año (y con mayor me estoy refiriendo a cincuenta y pocos, cuando no 44 como el caso de Moldavia), España, Islandia y la ya nombrada Moldavia, o no pasaron a la final, o como España, que compite en la gala final directamente, ocupó el puesto 22 de 25. El caso más sangrante de los tres es sin duda el de Hera Björk, que con 52 años, ha sido definida como vieja, antigua y pasada de moda desde el momento que fue seleccionada para representar a su país, Islandia. ¿No puede ir a Eurovisión una mujer que es abuela con una canción pop ochentera y alegre? Dejemos para otro post su paso por Eurovisión de 2008 cuando el adjetivo que más le definió fue el de "gorda". Eso sí, el grupo de machirulos de Estonia bien que pasó a la final y nadie comentó nada sobre su aspecto físico y sus canas o principios de alopecia. ¿Doble rasero? Obvio, sí.
Pero los comentarios sobre la edad de Mery de Nebulossa, Hera y Natalia no son nuevos. En 2013, con 62 años y décadas de carrera a sus espaldas, Bonnie Tyler participó en Eurovisión quedando la 19 de 26. Otra que recibió el adjetivo de "que hace esa señora/vieja en Eurovisión" fue Lisa Angell, representante de Francia en 2015, ¡solo tenía 47 años! Obtuvo 4 puntos y quedó la 25 de 27.
De todos modos, nos tenemos que ir hasta 2000 para encontrar un/a ganador/a de más de 45 años cuando los Olsen Brothers (con 46 y 50 años) ganaron Eurovisión con su tema Fly on the wings of love, que curiosamente acabó triunfando más en su versión eurodance en la voz de la joven Eva Martí (Annia).
Por último decir que el merecido triunfo de Suiza es sin duda justicia poética. Frente al intento de los lobbies de derecha de todo el mundo de demostrar su poder en forma de televoto, ganó la diversidad y Eurovisión volvió a hacer historia, como en 1998 cuando ganó la primera mujer trans, Dana International. El festival volvió a demostrar, a través de la música, ser un ejemplo de tolerancia y visibilidad de colectivos que se salen de la normatividad, dando a Nemo el honor de ser la primera persona no binaria en alzarse con el micrófono de cristal.
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